El arte rara vez puede ser definido o contenido bajo lo limitado de las palabras. Las mismas, al estar atadas a una definición o una estructura, no pueden despegar del plano al que fueron condenadas; contrario al arte. Sin embargo, si hay algo seguro, es que todas las piezas artísticas comparten algo. Desde un párrafo escrito durante una hora de Geografía en el secundario, pasando por la sonata del músico recto y conservador, llegando hasta la actuación dubitativa de un actor debutante; todas estas expresiones están envueltas por un contexto, un qué y un porqué… Lo sepa o no el artista en cuestión. Ninguna pieza artística está aislada a su contexto, y eso es probablemente lo que las hace hermosas. El artista no tiene que ser un ser único y original, sino un testigo de lo que sucede a su alrededor.
«Cuando la inspiración llegue, que me encuentre trabajando» dijo Picasso, el hombre de las pinceladas de niño; el de los periodos Azul y Rosa; aquel que plasmó un bombardeo en un cuadro de 7 por 3. Algo de razón tenía. Sin embargo, este estructuralismo rígido, choca contra el «Cuando tengo una terrible necesidad de… ¿Diré la palabra? Religión. Entonces salgo y pinto las estrellas” de Van Gogh. La inspiración está detrás del trabajo y de lo que nos conmueve. De lo rígido y lo maleable. De lo racional y lo pasional. Ambos mundos son compatibles y se mezclan frente a nuestros ojos.
Slakva.